jueves, 23 de agosto de 2018

Añoranza

Cuando el ocaso de mi vida llega, pienso continuamente en lo feliz que me hacen algunas cosas. Hablo, por ejemplo de la música. Siempre me ha gustado y siempre me ha enternecido escuchar muchas canciones, pero ahora, debido quizás a los años que me hacen rememorar el pasado, mi sensibilidad aumenta de manera exagerada y me siento invadida por una añoranza pertinaz que humedece mis ojos al escucharla. Es como si estuviera inserta en el tema musical; como si lo viviera directamente y al mismo tiempo fuera protagonista y oyente. 
Escucho la música y veo a mi padre en su incansable afán por poner en el tocadiscos o en su DVD las zarzuelas que a él tanto gustaban. Él, un hombre conocedor de este género que superaba esos conocimientos a base de escuchar ese "género chico" (incomprensible para mí que lo llamen de esa manera). Mi padre era "fan", como ahora se denomina a los admiradores de los cantantes, de don Federico Chueca, genial compositor de tantas y tantas zarzuelas (Agua, azucarillos y aguardiente, El chaleco blanco, El Bateo, La alegría de la huerta, la GranVia, etc....), todas ellas de raigambre popular. Yo no lo sabía, pero he leído que su nombre completo era: Pío Estanislao Federico Chueca y Robres, que murió en Madrid en Junio de1908. Retrocedo a mis jóvenes años y veo claramente la fotografía de un señor con un mostacho importante expuesta en la consola del pasillo de mi casa: Este era don Federico Chueca.
 La discoteca de mi padre guardaba también obras de Tomás Bretón, Asenjo Barbieri, Ruperto Chapí, Pablo Luna, en fin, muchos, todos ellos con creaciones geniales, tanto como geniales fueron estos compositores.
Este amor de mi padre por la música ha crecido en mi de igual manera, tanto en lo que se refiere a  música clásica, copla  y demás, por lo que, como ya he dicho, mi fibra mas sensible queda tocada para siempre.
Esto es lo que siento cuando escucho temas que me retrotraen a mi infancia, pero naturalmente disfruto infinitamente con ellos.