jueves, 16 de octubre de 2014

Los caracoles de la ciudad sin nombre

 El extraño caso de los caracoles

Capítulo I

¡Hola! Una pregunta: ¿Ustedes sueñan despiertos alguna vez? ¿Y dormidos? Yo, sí. Y me encanta. Se imaginan ser personajes de película, así, de repente? ¡Ah, pues yo si lo imagino! El que más me gusta de todos ellos es el de espía. ¡Qué bueno! La espía de mis sueños es arriesgada, valiente, inteligente y con una moral....., puff; debe estar preparada para infinidad de contingencias y salir airosa de ellas.

El primer capítulo lo soñé anoche: Un importante empresario, dueño de una multinacional, muy multi, fué secuestrado. Con  el fin de descubrir su paradero, el ingeniero jefe de la fábrica, decidió contratar mis servicios, que por casualidad encontró en el apartado "trabajo" de un periódico de la ciudad.  Me dirigí a la cita, contenta y llena de moral, por haber conseguido que se interesaran por mí. Me recibió un hombre bien vestido. Llevaba un traje azul, de corte inglés, una camisa blanca y limpia, corbata con nudo  marinero y zapatos negros, atados con cordones del mismo color. Nos saludamos. Me ofreció una bebida, que acepté. Alguien entró con una bandeja en la mano y depositó en la mesa dos tazas de consomé, llenas de un líquido blanquecino, que tenía un sabor indefinido. Comenzó a explicarme los pormenores, mostrándome después una nota escrita que decía: -"Si quieren volverle a ver vivo,  deberán entregarnos la fórmula de su producto estrella. No avisen a la policía, porque en ese caso morirá"

¡Qué extraño asunto voy a tener entre manos! Pensé yo, frotándome las idem, pues ya me veía inmersa en un complicadísimo caso.

Debía saber algo más, por lo que le inquirí, después de tomar un poco más del brebaje:

- A ver, responda  ¿Y cuál es su producto estrella?

-La sopa de caracol. Me contestó.

La mirada se me desvió, sin poderlo evitar, a la taza que tenía delante, no sé por qué.

-¿Ese es su producto estrella?
-Sí. Contestó.
-Y la fórmula secreta?
-Los caracoles.
-¿Son de otra galaxia? Pregunté con sorna.
-No, no. Rió el buen hombre, vienen tan sólo de un país extranjero (en mi sueño no reconozco ningún país). Ya vienen listos para echarlos a las gigantescas ollas de cocción.
-¡Ah! Y quien conoce la fórmula ¿El secuestrado?
-No en su totalidad. Hay otra persona, y entre las dos la conocen al completo. Por eso es por lo que usted está aquí, para que encuentre a la otra parte y consigamos dicha fórmula. 
 -Bien, le dije al contratante. Me haré cargo. Empezaré hoy mismo.  Ellos exigen que no hablen con la policía, y no lo harán. Lo llevaremos con la máxima discreción, pues si no lo hacemos así, cumplirán  su amenaza.
- Y acto seguido pensé: "...Pues, sí que está fea la cosa". Bien,  me pondré en acción rápidamente...
Mañana mismo comenzaré con la investigación.
-Tendrá su billete preparado.
-¿A qué país viajaré?
-Los caracoles vienen de.....(Cáspita, no consigo recordar de dónde venían los caracoles)
-Buen país. Allí llueve mucho, claro.
-Claro. Contestó.
Me despedí y me dirigí al hotel a esperar que me llegara el billete para ponerme camino del país de los caracoles, como así lo denominaré a partir de ahora, si es que en las sucesivas noches, en mi sueño no me sale el nombre del país de donde provienen. Pasé mala noche.
Medio dormida empecé a oír las noticias de la radio. Me desperté del todo. Las siete. Hala, levántate y empieza a funcionar, me dije.  ¡Qué pena! ¡Ahora que se ponía interesante la historia! Bueno, que le vamos a hacer, esta noche retomaré el caso,  a ver qué pasa... ¡Hilaré bien la historia? ¿Alguna sugerencia? (Esa noche tuve ardor de estómago, sin saber a qué podía deberse).
Capítulo II
Me costó un poco dormirme, pero en cuanto lo hice mi imaginación me devolvió de nuevo a la historia que estoy narrando.
El avión tocó tierra a las.... (ésto tampoco me lo especifica mi imaginación). Recogí mi equipaje y tomé un taxi que me llevó a un hotel enorme, con unos empleados vestidos con trajes, que supongo  típicos del país, pues tenían caparazones de caracol grabados en sus trajes. Había también algo en las paredes del hall, pero que no consigo reconocer, aunque yo juraría que eran cuernos de caracol, pero no podría asegurarlo.
Dejé el equipaje y salí a la calle para comenzar con mi investigación, La dirección que me dio el ingeniero jefe de la fábrica no estaba lejos de allí. Cuando llegué llamé (como es lógico). Me abrió la puerta un mayordomo muy serio que me preguntó qué es lo que deseaba. Yo le dije que  ver al dueño de la casa.
- ¡Oh, lo siento, pero mucho me temo que no está!
- ¿Se lo teme usted, o sabe o no sabe que está? (Es que no me gusta el temor en las personas, ni siquiera en sueños)
- Pues.... -(se le notaba atónito, como si no esperase mi rápida y sabia reacción)
- Bueno, bueno -le dije. Tenga mi tarjeta y dígale que espero su llamada cuanto antes, pues se trata de un asunto muy urgente
- Así lo haré -contestó el hombre, que mantenía todavía el asombro en su cara-.
Salí de aquella casa, esperando volver muy pronto.
Y así fue. Al poco rato sonó el teléfono de la habitación. Cuando conteste me hablo una voz angustiada, que reconocí como el temeroso criado de la casa que visite hacía unas cuantas horas.
- Sra....., (En mi sueño no me puse nombre) he de hablar con usted urgentemente.
-¿Qué pasa? -Se me ocurrió preguntar eso,  porque me pareció lo más lógico.
-Se trata de mi señor,  señor. Hemos recibido, hace apenas unos minutos, una nota que dice: "Si quieren que regrese vivo, deberán proporcionarnos la fórmula de la sopa de caracol. Deberán abstenerse de informar a la policía,  o su jefe y ustedes lo pagarán muy, muy caro." Y eso es todo, No comprendo nada. ¿Puede ayudarnos?
Lo  que son los sueños, sin conocerme de nada me piden ayuda, claro que en estas circunstancias todo resulta muy  natural.
-Ahora mismo voy de nuevo, para estudiar como es debido este difícil caso.
Cuando llegué ya me estaba esperando el fámulo con la puerta abierta, que atravesé con cara de preocupación, gesto que debió gustarle, y me preguntó si me apetecía tomar algo.
- Sí, gracias. -Conteste, pues ya iba llegando la hora del aperitivo.
Una agradable muchacha nos sirvió algo que llevaba en la bandeja. ¿Qué? ¡Oh! ¡Sopa de caracol! Por educación y porque todavía no tenía la suficiente confianza para pedirle un cambio, como por ejemplo una cerveza por la dichosa sopa, la bebí a cortos sorbos, porque a largos le hubiera hecho a la muchacha el feo de devolvérsela. Cerré algo los ojos y bebí aquella porquería. (Pasé otra noche con los malditos ardores.
-¿Por qué querrían secuestrar a su jefe? Pregunté, centrándome de nuevo en el caso.
- Pues..., (al pobre hombre no le cabía el cuello en la camisa) ahí dicen que les demos la fórmula de la sopa de caracol, quizás tenga eso algo que ver con el secuestro.
- Muy bien pensado. Le tomaré como ayudante para resolver este oscuro asunto, pero deberá ponerse absolutamente a mis órdenes, a partir de este momento.
-Claro, claro. ¿Qué debo hacer? No le contesté enseguida, porque no supe qué decirle, ya que nunca tuve un ayudante, la verdad.
Le inquirí con gesto autoritario si tenía conocimiento de dicha fórmula; si existía algún laboratorio donde preparasen la misma.
- No, no. Al menos aquí no existe nada de eso
- ¿Y en alguna ocasión ha sorprendido a su señor hablando con alguien relacionado con este tema?
- Yo nunca he sospechado nada. Alguna vez he escuchado hablar a mi señor con alguien, desconocido para mí, y lo único que capté fue: "Caracol, col, col, saca los cuernos al sol"
- (¡Jesús, qué cosas! pensé yo con razón)
-¿Y a usted no le chocó semejante comentario?
- Pues no, la verdad. Tenga en cuenta que el negocio del señor es ése: ¡los caracoles!
Le expliqué el asunto que me trajo hasta ese lugar, y que teníamos que encontrar la fórmula de manera inmediata, pues ya sabía lo que podría ocurrir de lo contrario.
Hablamos durante mucho rato y una vez puesto al corriente de todo decidimos iniciar la investigación.
Como la solución se encontraba en los caracoles, le pedimos a la cocinera que preparara una buena cazuela de esos cornudos babosos, a fin de encontrar en ellos un sabor diferente al que yo conocía, tan sólo por los que comía de vez en cuando en una tasca de la calle de...(jo, con las calles).
La cocinera me indicó que la bebida que allí se me había ofrecido era el resultado de la cocción de los cornúpetas. 
Pues, anda, ¿y por esa pócima han secuestrado a dos personas? La cocinera me miró tan fijamente que me asustó, y callé, sin más.
Le pregunté a mi nuevo ayudante si conocía a algún biólogo con laboratorio, que fuese de confianza, para que analizase a los animalitos.
-Qué casualidad, justamente el señor visitaba a un amigo biólogo para que le hiciera unos análisis de sangre, porque mucho se temía (que manía) que tuviese alto el azúcar.
-¿Y eso?-
 Pues, a veces comentaba su temor, puesto que comía muchas milhojas, y con tanto dulce....,  no sé por qué tenía esa idea. También hablaba con él por teléfono y, hasta me temo (¡Jopé!) que fuera con el biólogo con quien mantuvo la conversación a la que le he hecho referencia.
-¿La de: "¿Caracol, col col?"
- ¡Justamente, oiga!
Si es que hubiera fumado en pipa y usado gorra, hubiera dicho yo misma que era el Sherlock ése de los libros, por lo pensativa que me dejó la afirmación de mi ayudante.
Después de pensarlo mucho, decidimos comer los caracoles que la cocinera nos había llevado al comedor (craso error), pero dado que la buena mujer nos instaba para que nos dirigiéramos a la mesa, nos preparamos para degustarlos.


Capítulo III
La noche: ¡¡Infernal!! ¡¡Qué ardor de estómago!! ¡¡Qué vómitos!! ¡¡Qué mareo!! ¡¡Qué asco de caracoles!! Nos vimos obligados a dar buena cuenta de todos los que contenía la maldita olla, por lo tanto el resultado fue de lo más lógico.
Después de asearme y tomar un cubo de antiácido,  salí a la calle en busca de mi socio, que me estaría esperando, tal y como habíamos quedado el día anterior, siempre y cuando no estuviera cadáver, después del atracón.
Buscamos la dirección del biólogo y allí nos dirigimos con premura. La muestra se la encasqueté al compañero, ya que tan sólo saber que existían los dichosos caracoles me producía un asco muy grande.
Nos recibió sorprendido, ya que no esperaba esta visita y mucho menos el asunto que nos llevaba hasta allí. Nos escuchó atentamente y una vez escuchados le pedimos ayuda.
- Por supuesto que los analizaré. ¿Los han comido ustedes?
Le explicamos nuestra experiencia. No dijo nada. Sin palabras, por lo tanto, nos despidió, y nos fuimos.
Al segundo día, después de esta visita, recibimos noticias suyas. Escuetamente, en una nota, nos decía:  -Vengan, tengo los resultados.
¡Oh, maravilla! Fuimos en un suspiro y suspirando nos dijo que los caracoles en sí, no tenían ningún contenido extraño, aparte de unos cuernos muy largos, en los que se apreciaba una cantidad más que suficiente de especias extrañas que no pudo identificar.  Nos dijo que a él le producían una especie de repugnancia, repugnante y que nunca se atrevió a probarlos, y ¡menos mal!, a la vista de nuestra experiencia.
-¿Entonces, por qué ese interés por la fórmula? Ahora hablaba yo en voz alta y clara.
- Para mí, dijo, es un misterio.
A partir de este momento, decidimos indagar por las calles, preguntando y preguntando. La conclusión que sacamos de toda la investigación fue que todo el mundo tenía ardor de estómago que curaba a base de antiácidos (¡¡Anda, como yo!!), que tomaban a diario.
Comencé a sospechar que los caracoles tenían poco que ver con la fórmula secreta, y que, incluso no existía tal fórmula. Me fui a mi retiro (el hotel), a fin de pensar y deshacer la madeja de todo este asunto. No desmadejé nada, ya que me quedé dormida en cuanto mis huesos se dejaron caer sobre la cama. (Esto soñé que lo soñaba)
Al despertar del sueño que soñaba, no me quedó la menor duda de que lo primero que debía hacer era encontrar a los secuestrados, pues sin ellos no tenía la menor posibilidad de descubrir la trama en la que me hallaba inmersa. Hablé con mi reciente socio y decidimos esperar una segunda nota de los secuestradores, a ver si por ahí tuviéramos algún indicio que nos llevara al éxito. Cuando llegué me ofreció un caldito de caracoles, pero me negué en redondo a aceptarlo. No dijo nada, pero él tampoco lo tomó.
Capítulo IV
Aquella noche no dormí, y a la mañana siguiente me avisaron de recepción que tenía una visita esperando en el hall. Bajé rápidamente y me encontré con mi socio (ya saben, el fámulo de la casa del segundo secuestrado), que me mostraba una nota.
- ¡¡Ha llegado hace pocos minutos, y mire lo que dice!!
-¿Qué dice, hombre? (Es que me altera los nervios)
-Mire, mire. (Aunque ya teníamos más confianza nos tratábamos de usted)
Miré. La nota decía: "Si no recibimos la fórmula en 36 horas, morirán" 
¡Ah, de modo que tenían a los dos hombres juntos! ¡Ja, ja, ja! Pues eso nos facilitaba las cosas. Ahora me resultaría más fácil su rescate.
En la nota no recuerdo que pusieran ninguna dirección, pero en mi sueño me encargué de conseguirla, con más facilidad.
El lugar no estaba lejos del hotel y  comenzamos a actuar, tal y como lo hacen  los espías, claro. Cuando las sombras de la noche ocultaron todo y no se veían ni los dedos de la mano (hubo un corte del suministro eléctrico y por éso aprovechamos), nos dirigimos sin darnos un respiro hacia allí. Lo que vimos (a costa de la luz de una linterna que llevábamos en nuestro pack), fue una nave, cerrada, llena de grafittis por todas partes y una puerta, cerrada a cal y canto.
-Hemos de asaltarla, dije en voz muy queda.
-¿Cómo?  (Se lo repetí más alto)
De repente llegaron a nuestros oídos los ladridos de unos perros.
- ¡¡¡Guau, guau!!! ¡¡¡Grrrrr!!! ¡¡¡Grrrrr!!!
Aunque soy una espía valiente, no quise enfrentarme a los chuchos, no fuera que...
Desaparecimos de allí lo más rápidamente posible y cuando paramos para respirar decidimos que volveríamos y nos desharíamos de los perros de alguna forma.
-¡¡Eureka!! Dije yo.
-¿Eu qué? me preguntó él.
-¡Idea, digo que idea! Ya tengo la solución. Llevaremos una hogaza de pan rellena de caracoles. Si se lo comen, se les quitará la idea de atacar a nadie, seguro.
- ¡Bien, buena eureka! Me contestó.
Y con ese fin nos dirigimos a la casa para que la cocinera nos preparara semejante vianda.
Esperamos que llegara la oscura noche otra vez (ya sin corte en el fluido), y llamamos a los perros:
-Pssss, pssss, cánidos, venid, venid.
- ¡¡Guauuu!! ¡¡Guauuuuu!! ¡¡Grrrrrr! (Agresivos, pero menos que la noche anterior) 
Echamos el bocadillo por encima de a tapia y oímos como los perros se peleaban por la comida (¡¡tenían un hambre!!) Ya no volvimos a oír ningún ladrido. los pobres quedaron  tan maltrechos por la acidez,  que no tuvieron más remedio que irse, asustados por los síntomas, a otra parte. Entonces saltamos la tapia como pudimos y comenzamos la búsqueda.
Enseguida encontramos nuestro objetivo. Dos hombres, amordazados, se encontraban en lo alto del techo, metidos en una jaula, grande, así como para dos osos, más o menos. Nos quedamos de piedra, pero, a quien se le ocurre dejarlos ahí. Cosas de los sueños. Vimos una cadena con letras, que para abrirla tendríamos que reproducir una palabra, si ¿Pero cuál? De nuevo:
- ¡Eureka!
-¿Qué? ¡Ah, ya!
- La palabra es: ¡¡Caracoles!! ¡¡Claro!!
-¡Oh! -Dijo mi socio- Yo quiero ser como tú.
Le dejé con sus ilusiones y escribí c-a-r-a-c-o-l-e-s, así, tal cual, y la jaula comenzó  a bajar, despacito, al principio, pero rápidamente al poco, estrellándose contra el suelo, después.
No les pasó casi nada. Nos explicaron que los habían tenido así, sin comida ni nada y que estaban desfallecidos
Salimos de aquella nave los cuatro, dos a paso normal y dos arrastrándose pos los suelos, hasta que les echamos una mano para ayudarlos.
Capítulo V
Después de este terrible episodio, y una vez los dos ex-secuestrados se hubieron recuperado de tan enorme trauma (nos confesaron  que ya empezaban a piar, metidos en esa jaula), decidimos recapitular todo lo vivido. No me define el sueño como sucedió el secuestro de ninguno de los dos, pero el caso es que les encapucharon y metieron a la fuerza en el sidecar de una moto, cubiertos por una lona de camuflaje, pues los secuestradores  (que fueron dos) querían evitar a toda costa ser descubiertos.
Llegaron a la nave de donde les liberamos, y los metieron en la jaula ya conocida por todos, y allí estuvieron hasta que con nuestro coraje y valentía conseguimos que fueran libres de nuevo. Debo decir que este gesto me valió la medalla al mérito.... (Que no se quién me la dio y que además no me sirvió para nada, porque después de este sueño ya nunca y en ningún otro sueño he podido utilizarla)
Vuelvo a la historia, porque a este paso me despierto y nos quedamos sin final.
Les pedimos que nos explicaran de "pe a pa" todo lo relacionado con la fórmula,  motivo por el cual nos encontrábamos en esa situación. Les hicimos conocedores de la inquietud del ingeniero jefe de la fábrica del empresario y la del mayordomo, que el hombre también estaba inquieto. Aunque ya suponemos que los miembros de la familia de ambos también tendrían  el temor lógico, aquí no salen, pues no tienen interés para el lector, y además tendríamos que alargar mucho la narración contando parte de su vida y, la verdad, es que el sueño no da para tanto.
Cuando terminamos con los pormenores y los pormayores, ambos comenzaron a reír:
jajajajajajajajajajaja, etc., (en este último ja, ya se les saltaban las lágrimas). La cocinera, les ofreció  un "reconfortante" consomé, que los dos hombres rechazaron de plano. Luego se acercó a mí, pero de lejos lo rechacé  también (quita, quita), haciéndole un  gesto con la mano, que le indicó claramente a la buena mujer que no tenía ni la menor intención de tomarlo. Al cabo nos pidieron que nos sentáramos a escuchar lo que tenían que decirnos.., y escuchamos.
-No existe tal fórmula, aseveraron, así, como el que no quiere la cosa.
-¿Cómo? (Yo)
-¿Cómo? (El fámulo)
-¿Cómo? (La cocinera) Esta no sabía nada de la trama, pero por simpatía.....
-Como lo oyen. Desde el principio hemos servido por todo el mundo millones y millones de toneladas de caracoles, siempre con éxito. Debemos confesarles que el secreto está en el tamaño de sus cuernos, enormes  como ya habrán podido comprobar.
-Sí. (Yo)
-Sí. (El fámulo)
-Sí. (La cocinera) (Qué pesada esta mujer)
- Pues el asunto es, (hablaban ambos, ya que ambos conocían el secreto), que para mejorar su insipidez, un día decidimos inyectarles a los cuernos una cantidad importante de especias importadas de países remotos, que les daba una sabor indescriptible (y tanto, pensé yo), que obligaba a todo aquel que los comía a utilizar sales estomacales para no perder el estómago en nada de tiempo.
Por lo tanto, ya lo hemos dicho.
-¡¡Ya lo han dicho!! (Yo)
-¡¡Ya lo han dicho!! (El fámulo)
-¿Ya lo han dicho? (La cocinera), que al no ser detective ni ayudante, no se enteraba de nada.
-¿Entonces, la fórmula es ESO?
-Justamente, pero ya comprenderán que si se hacía público nuestro secreto perderíamos el negocio, por lo que no tuvimos otro remedio hacer creer a todo del mundo que se trataba de una fórmula secretísima, que tan sólo conocíamos éste (por el otro) y yo (se refería a él).
-Pero queda algo por aclarar (ya les dije que soy inteligente): No hay fórmula, pero sí un secreto ¿nos lo van a desvelar?
-Claro, respondieron al unísono. El negocio se llama ¡¡SALES ESTOMACALES!! las exportamos en la misma proporción que los caracoles. La gente no tiene más remedio que tomarla, por lo que en ningún lugar donde se consuman caracoles, este remedio puede faltar, y, como es lógico suponer, es el segundo producto estrella de la casa.  Los caracoles son el plato nacional y se toma a destajo.  Y ésta es la famosa fórmula, que todos creen secretísima. Es un negocio redondo, oiga.
Quedé impactada por esta confesión. Nunca lo hubiera imaginado.
-Y ahora ¿Qué van a hacer?
- Pues seguiremos con nuestro negocio, que con la venta de caracoles hemos hecho un imperio.
Estaba tan sorprendida que ni siquiera me enteré que había despertado. Esto es demasiado para mí. No quisiera continuar con el sueño ni una sola noche más, ni siquiera para conocer el paradero de los dos secuestradores, que no importa en absoluto. Se acabó.
Esa mañana me levanté de la cama y me fui derecha a la ducha. (les aseguro que los demás días también lo hago) ¿Podrán creerme si les digo que veo caracoles andando por la alfombra de mi casa a paso de marcha? Creo que debo tratarme, sí.
Nunca volveré a comer semejantes animalitos sin tener a mano las sales estomacales, imprescindibles, como queda dicho, para degustarlos.

Conchita Zabala





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lunes, 13 de octubre de 2014

La vida sigue igual

Hace ya unos cuanto años, y haciéndome eco de lo que acontecía por aquellos entonces, escribí lo siguiente:

"A un panal de rica miel, muy hambrientos acudieron unos cuantos caballeros, y empezaron a comer. Pasó el tiempo (largo él) y de comer no se hartaron, aunque se veía claro como mermaba la miel. Cuando se acaba el festín y las abejas se "empapan" de que su miel ya no está en el panal en que estaba, proponen a Lobatón (personaje éste muy popular por aquel entonces) las personas indicadas, que lo emita en su programa, por si es que alguien ha visto esa miel tan codiciada.
Mas,  Lobatón no consigue encontrar la miel citada, porque en el panal no hay huellas, ni un rastro ¡No hay nada!. Un fracaso tan rotundo, a Lobatón desagrada, por lo que le pide a Lago (otro famoso
televisivo, manipulador de una máquina) que se encargue de la trama, y que  la máquina ésa de la verdad, como dicen que se llama, les pregunte a las abejas por esa miel codiciada. 
Pero no hay nada que hacer. O la máquina es que falla, o es que mienten muy bien las abejitas de España, pues esta es la primera vez que a Lago esto le pasa. Y así, de esta manera las abejas le despachan, y Lago se queda triste, igual, lo mismo que antes estaba.
En vista de lo ocurrido, el asunto se remite a otro afamado programa, llamado Código Uno, que son de la misma saga: Buscan las cosas perdidas, que se pierden en España.
Y allí me quedé yo entonces, sin resolver esta trama.
¿Conseguirán finalmente recuperar la mielada? ¿Se desvelará el misterio en la próxima semana......?"
Quizás que se resolviera, pero no aprendieron nada.  Ahora pasa lo mismo y tampoco pasa nada.

Conchita Zabala
 


miércoles, 1 de octubre de 2014

Bello Madrid




Nací en Madrid, hace ya unas cuantas décadas y hasta cumplidos los veinte no conocí otro lugar. Esto se debía al estatus social al que yo pertenecía, y también a que eran otros tiempos.  Ahora las cosas han cambiado y los jóvenes viajan al extranjero por placer, aunque también y como antes, para buscar el trabajo que en su país no consiguen. Yo no me vi nunca en esa disyuntiva, ya que ni mi familia tenía medios, y porque ni tan siquiera se les hubiera ocurrido semejante “barbaridad”. Será por eso que quiero tanto a Madrid. Después de cumplir  la veintena, empecé a visitar  otros lugares, que me maravillaron, sobre todo el mar, que después de Madrid, es lo más bonito que conozco.  Esta experiencia me gustó, como digo,  y he seguido practicándola a lo largo de mi vida, aunque ahora me gusta mucho menos viajar.
Madrid lo tiene todo. Es grande, bonita, acogedora y, sobre todo, abierta al mundo. Pasear por Madrid es una delicia, si dejamos de lado el tráfico imposible de soportar a determinadas horas, sobre todo. ¿Se imaginan paseando por el paseo del Prado una mañana soleada de otoño? Yo lo disfruto de vez en cuando. Y disfruto de ese cielo azul, limpio de nubes, con esa luz  maravillosa y las hojas caídas de los árboles que alfombran el suelo madrileño. Pasear por Madrid es disfrutar del ambiente que colma todas las expectativas. La tranquilidad en el paseo es una máxima en la ciudad; Disfrutar de la belleza de sus edificios; poder descansar del paseo tomando un refresco en alguna de sus incontables terrazas, llenas de juventud. Visitar bellos museos. Asistir a los mejores espectáculos, y todo un sinfín de posibilidades que nos ofrece esta bellísima ciudad de Madrid. Sé que hay muchas otras que gozan de sus mismas cualidades, pero no es igual, al menos para mí y siempre que dejo Madrid por vacaciones, estoy deseando volver a la vorágine de mi ciudad querida. Soy por tanto una madrileña nata, gata por parte de madre y padre,  y no conozco ni conocí a nadie de mi familia que no fuese de aquí, aunque alguno debió existir  que nos dejó el apellido. Me gusta disfrutar de la naturaleza, pero luego regresar a mi ritmo de vida, aunque sea menos sano.
Naturalmente, en Madrid, como en cualquier otro lugar del mundo, hay gentes de todo tipo que enturbian su belleza, pero esto no es culpa de la ciudad, sino de algunas de las gentes que la habitan. Madrid abre sus brazos a todo aquel que quiera disfrutar de lo que nos ofrece, que es tanto que conocerlo en su totalidad es casi imposible. Definitivamente Madrid es bonita, regia, moderna, antigua, turística, chulapona, verbenera, cálida…., acogedora…..
En fin….., De Madrid al cielo.

Conchita Zabala