martes, 3 de febrero de 2015

Día de atracciones

Cierto día, con el alma y el cuerpo inundado de juventud, visité un pequeño Parque de Atracciones. Pretendía conocer todas y cada una de las que lo llenaban, con la inocencia propia de mis pocos años de entonces. Comencé mi aventura subiendo a los caballitos, esos de sube y baja, que me resultó la mar de gracioso, sobre todo porque los únicos clientes que en él había eran niños (y niñas, perdón) de muy poca edad. ¡Me sentí feliz! Yo, mas grande que el caballito, por aquel entonces, pero disfrutando a tope! Los niños y niñas me miraban y se reían......, no se si de mí...., no, no creo.
Después de dos viajes, baje de mi alazán y me acerqué a los coches de choque. ¡Que ilusión! Subí al de color rojo, porque es un color que me gusta mucho, completamente decidida a dejar boquiabiertos al resto de conductores que ocupaban los otros cochecitos. ¡En marcha! ¡Boomm! ¡Qué choquetazo, madre mía! ¡Que susto! ¡Qué bruto el tío que me embistió. Molida, molida bajé del dichoso coche, vamos, hechos polvo los riñones. No hice un segundo viaje, no, no.
Ya iba yo "tocada", y aunque mi ilusión con respecto a este divertimento decaía notablemente, no  quise acobardarme y continué mi periplo por el Parque. Divisé a lo lejos una diabólica atracción (este nombre se lo pondría después de haberlo probado), que mantenía al infeliz que se arriesgaba, sentado en una silla sujeta con unas cadenas, que pendía de la parte superior de la atracción, haciendo que los giros fueran tremendos, dando la sensación de que el ocupante de la silla en cualquier momento saldría disparado como una bola de cañón. La gente gritaba, algunos de satisfacción, aunque la mayoría, como desde luego era mi caso, de puro terror. ¡Que paren este tormento!  Gritaba servidora, aunque nadie me escuchaba, ya que nadie podía oírme. Cuando aquello paró, intenté bajar por mi propio pié, pero, claro, eso fue imposible. Lo primero que me sucedió fue que todos los alimentos que pudiera tener en el estómago, sin pedir permiso, salieron de él, sin limitación. ¡Que horror! ¡Que mal me encontraba! Que criminal el "güitoma" ese. En fin, aseguro que desde aquella inolvidable ocasión, y después de los años que han pasado, jamás se me ha vuelto a ocurrir visitar un parque de esos, jamás.
Regresé a mi casa, pálida y exhausta. ¡A ver quien le contaba a mi padre la "magnífica" tarde que había pasado. Ja, ja. Yo, no.
Desde entonces y ahora, ya pasado el tiempo, lo que me gusta es la música, el teatro, reír a carcajadas y, sobre todo, estar con mis nietos,  los que probablemente, en pocos años disfrutarán de esas atracciones infernales. ¡¡Dios no lo quiera!!

Conchita Zabala

3 comentarios:

  1. Bah! Si quieres echarte unas risas, súbete en la barca.. Arriba del todo. Así, además de vomitar, decoras a los de abajo.

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