Capítulo I
¡Hola! Una pregunta: ¿Ustedes sueñan despiertos alguna vez?
¿Y dormidos? Yo, sí. Y me encanta. Se imaginan ser personajes de película, así,
de repente? ¡Ah, pues yo si lo imagino! El que más me gusta de todos ellos es
el de espía. ¡Qué bueno! La espía de mis sueños es arriesgada, valiente,
inteligente y con una moral....., puff; debe estar preparada para infinidad de
contingencias y salir airosa de ellas.
El primer capítulo lo soñé una noche cualquiera: Un importante
empresario, dueño de una multinacional, muy multi, fué secuestrado. Con
el fin de descubrir su paradero, el ingeniero jefe de la fábrica, decidió
contratar mis servicios, que por casualidad encontró en el apartado
"trabajo" de un periódico de la ciudad. Me dirigí a la cita,
contenta y llena de moral, por haber conseguido que se interesaran por mí. Me
recibió un hombre bien vestido. Llevaba un traje azul, de corte inglés, una
camisa blanca y limpia, corbata con nudo marinero y zapatos negros,
atados con cordones del mismo color. Nos saludamos. Me ofreció una bebida, que
acepté. Alguien entró con una bandeja en la mano y depositó sobre la mesa dos
tazas de consomé, llenas de un líquido blanquecino, que tenía un sabor
indefinido. Comenzó a explicarme los pormenores, mostrándome después una nota
escrita que decía: -"Si quieren volverle a ver vivo, deberán
entregarnos la fórmula de su producto estrella. No avisen a la policía, porque
en ese caso morirá"
¡Qué extraño asunto voy a tener entre manos! Pensé yo,
frotándome las ídem, pues ya me veía inmersa en un complicadísimo caso.
Debía saber algo más, por lo que le inquirí, después de
tomar un poco más del brebaje:
- A ver, responda ¿Y cuál es su producto estrella?
-La sopa de caracol. Me contestó.
La mirada se me desvió, sin poderlo evitar, a la taza que
tenía delante, no sé por qué.
-¿Ese es su producto estrella?
-Sí. Contestó.
-Y la fórmula secreta?
-Los caracoles.
-¿Son de otra galaxia? Pregunté con sorna.
-No, no. Rió el buen hombre, vienen tan sólo de un país
extranjero (en mi sueño no reconozco ningún país). Ya vienen listos para
echarlos a las gigantescas ollas de cocción.
-¡Ah! Y quien conoce la fórmula ¿El secuestrado?
-No en su totalidad. Hay otra persona, y entre las dos la
conocen al completo. Por eso es por lo que usted está aquí, para que encuentre
a la otra parte y consigamos dicha fórmula.
-Bien, le dije al contratante. Me haré cargo.
Empezaré hoy mismo. Ellos exigen que no hablen con la policía, y no lo
harán. Lo llevaremos con la máxima discreción, pues si no lo hacemos así,
cumplirán su amenaza.
- Y acto seguido pensé: "...Pues, sí que está fea la
cosa". Bien, me pondré en acción rápidamente...
Mañana mismo comenzaré con la investigación.
-Tendrá su billete preparado.
-¿A qué país viajaré?
-Los caracoles vienen de.....(Cáspita, no consigo recordar
de dónde venían los caracoles)
-Buen país. Allí llueve mucho, claro.
-Claro. Contestó.
Me despedí y me dirigí al hotel a esperar que me llegara el
billete para ponerme camino del país de los caracoles, como así lo denominaré a
partir de ahora, si es que en las sucesivas noches, en mi sueño no me sale el
nombre del país de donde provienen. Pasé mala noche.
Medio dormida empecé a oír las noticias de la radio. Me
desperté del todo. Las siete. Hala, levántate y empieza a funcionar, me
dije. ¡Qué pena! ¡Ahora que se ponía interesante la historia! Bueno, que
le vamos a hacer, esta noche retomaré el caso, a ver qué pasa... ¡Hilaré
bien la historia? ¿Alguna sugerencia? (Esa noche tuve ardor de estómago, sin
saber a qué podía deberse).
Capítulo II
Me costó un poco dormirme, pero en cuanto lo hice mi
imaginación me devolvió de nuevo a la historia que estoy narrando.
El avión tocó tierra a las.... (ésto tampoco me lo
especifica mi imaginación). Recogí mi equipaje y tomé un taxi que me llevó a un
hotel enorme, con unos empleados vestidos con trajes, que supongo típicos
del país, pues tenían caparazones de caracol grabados en sus trajes. Había también
algo en las paredes del hall, pero que no consigo reconocer, aunque yo juraría
que eran cuernos de caracol, pero no podría asegurarlo.
Dejé el equipaje y salí a la calle para comenzar con mi
investigación, La dirección que me dio el ingeniero jefe de la fábrica no
estaba lejos de allí. Cuando llegué llamé (como es lógico). Me abrió la puerta
un mayordomo muy serio que me preguntó qué es lo que deseaba. Yo le dije
que ver al dueño de la casa.
- ¡Oh, lo siento, pero mucho me temo que no está!
- ¿Se lo teme usted, o sabe o no sabe que está? (Es que no
me gusta el temor en las personas, ni siquiera en sueños)
- Pues.... -(se le notaba atónito, como si no esperase mi
rápida y sabia reacción)
- Bueno, bueno -le dije. Tenga mi tarjeta y dígale que
espero su llamada cuanto antes, pues se trata de un asunto muy urgente
- Así lo haré -contestó el hombre, que mantenía todavía el
asombro en su cara-.
Salí de aquella casa, esperando volver muy pronto.
Y así fue. Al poco rato sonó el teléfono de la habitación.
Cuando conteste me hablo una voz angustiada, que reconocí como el temeroso
criado de la casa que visite hacía unas cuantas horas.
- Sra....., (En mi sueño no me puse nombre) he de hablar
con usted urgentemente.
-¿Qué pasa? -Se me ocurrió preguntar eso, porque me
pareció lo más lógico.
-Se trata de mi señor, señor. Hemos recibido, hace
apenas unos minutos, una nota que dice: "Si quieren que regrese vivo,
deberán proporcionarnos la fórmula de la sopa de caracol. Deberán abstenerse de
informar a la policía, o su jefe y ustedes lo pagarán muy, muy
caro." Y eso es todo, No comprendo nada. ¿Puede ayudarnos?
Lo que son los sueños, sin conocerme de nada me piden
ayuda, claro que en estas circunstancias todo resulta muy natural.
-Ahora mismo voy de nuevo, para estudiar como es debido
este difícil caso.
Cuando llegué ya me estaba esperando el fámulo con la
puerta abierta, que atravesé con cara de preocupación, gesto que debió
gustarle, y me preguntó si me apetecía tomar algo.
- Sí, gracias. -Conteste, pues ya iba llegando la hora del
aperitivo.
Una agradable muchacha nos sirvió algo que llevaba en la
bandeja. ¿Qué? ¡Oh! ¡Sopa de caracol! Por educación y porque todavía no tenía
la suficiente confianza para pedirle un cambio, como por ejemplo una cerveza
por la dichosa sopa, la bebí a cortos sorbos, porque a largos le hubiera hecho
a la muchacha el feo de devolvérsela. Cerré algo los ojos y bebí aquella
porquería. (Pasé otra noche con los malditos ardores.
-¿Por qué querrían secuestrar a su jefe? Pregunté,
centrándome de nuevo en el caso.
- Pues..., (al pobre hombre no le cabía el cuello en la
camisa) ahí dicen que les demos la fórmula de la sopa de caracol, quizás tenga
eso algo que ver con el secuestro.
- Muy bien pensado. Le tomaré como ayudante para resolver
este oscuro asunto, pero deberá ponerse absolutamente a mis órdenes, a partir
de este momento.
-Claro, claro. ¿Qué debo hacer? No le contesté enseguida,
porque no supe qué decirle, ya que nunca tuve un ayudante, la verdad.
Le inquirí con gesto autoritario si tenía conocimiento de
dicha fórmula; si existía algún laboratorio donde preparasen la misma.
- No, no. Al menos aquí no existe nada de eso
- ¿Y en alguna ocasión ha sorprendido a su señor hablando
con alguien relacionado con este tema?
- Yo nunca he sospechado nada. Alguna vez he escuchado
hablar a mi señor con alguien, desconocido para mí, y lo único que capté fue:
"Caracol, col, col, saca los cuernos al sol"
- (¡Jesús, qué cosas! pensé yo con razón)
-¿Y a usted no le chocó semejante comentario?
- Pues no, la verdad. Tenga en cuenta que el negocio del
señor es ése: ¡los caracoles!
Le expliqué el asunto que me trajo hasta ese lugar, y que
teníamos que encontrar la fórmula de manera inmediata, pues ya sabía lo que
podría ocurrir de lo contrario.
Hablamos durante mucho rato y una vez puesto al corriente
de todo decidimos iniciar la investigación.
Como la solución se encontraba en los caracoles, le pedimos
a la cocinera que preparara una buena cazuela de esos cornudos babosos, a fin
de encontrar en ellos un sabor diferente al que yo conocía, tan sólo por los
que comía de vez en cuando en una tasca de la calle de...(jo, con las calles).
La cocinera me indicó que la bebida que allí se me había
ofrecido era el resultado de la cocción de los cornúpetas.
Pues, anda, ¿y por esa pócima han secuestrado a dos
personas? La cocinera me miró tan fijamente que me asustó, y callé, sin más.
Le pregunté a mi nuevo ayudante si conocía a algún biólogo
con laboratorio, que fuese de confianza, para que analizase a los animalitos.
-Qué casualidad, justamente el señor visitaba a un amigo
biólogo para que le hiciera unos análisis de sangre, porque mucho se temía (que
manía) que tuviese alto el azúcar.
-¿Y eso?-
Pues, a veces comentaba su temor, puesto que comía
muchas milhojas, y con tanto dulce...., no sé por qué tenía esa idea.
También hablaba con él por teléfono y, hasta me temo (¡Jopé!) que fuera con el
biólogo con quien mantuvo la conversación a la que le he hecho referencia.
-¿La de: "¿Caracol, col col?"
- ¡Justamente, oiga!
Si es que hubiera fumado en pipa y usado gorra, hubiera
dicho yo misma que era el Sherlock ése de los libros, por lo pensativa que me
dejó la afirmación de mi ayudante.
Después de pensarlo mucho, decidimos comer los caracoles
que la cocinera nos había llevado al comedor (craso error), pero dado que la
buena mujer nos instaba para que nos dirigiéramos a la mesa, nos preparamos
para degustarlos.
Capítulo III
La noche: ¡¡Infernal!! ¡¡Qué ardor de estómago!! ¡¡Qué
vómitos!! ¡¡Qué mareo!! ¡¡Qué asco de caracoles!! Nos vimos obligados a dar
buena cuenta de todos los que contenía la maldita olla, por lo tanto el
resultado fue de lo más lógico.
Después de asearme y tomar un cubo de antiácido, salí
a la calle en busca de mi socio, que me estaría esperando, tal y como habíamos
quedado el día anterior, siempre y cuando no estuviera cadáver, después del
atracón.
Buscamos la dirección del biólogo y allí nos dirigimos con
premura. La muestra se la encasqueté al compañero, ya que tan sólo saber que
existían los dichosos caracoles me producía un asco muy grande.
Nos recibió sorprendido, ya que no esperaba esta visita y
mucho menos el asunto que nos llevaba hasta allí. Nos escuchó atentamente y una
vez escuchados le pedimos ayuda.
- Por supuesto que los analizaré. ¿Los han comido ustedes?
Le explicamos nuestra experiencia. No dijo nada. Sin
palabras, por lo tanto, nos despidió, y nos fuimos.
Al segundo día, después de esta visita, recibimos noticias
suyas. Escuetamente, en una nota, nos decía: -Vengan, tengo los
resultados.
¡Oh, maravilla! Fuimos en un suspiro y suspirando nos dijo
que los caracoles en sí, no tenían ningún contenido extraño, aparte de unos
cuernos muy largos, en los que se apreciaba una cantidad más que suficiente de
especias extrañas que no pudo identificar. Nos dijo que a él le producían una especie de
repugnancia, repugnante y que nunca se atrevió a probarlos, y ¡menos mal!, a la
vista de nuestra experiencia.
-¿Entonces, por qué ese interés por la fórmula? Ahora
hablaba yo en voz alta y clara.
- Para mí, dijo, es un misterio.
A partir de este momento, decidimos indagar por las calles,
preguntando y preguntando. La conclusión que sacamos de toda la investigación
fue que todo el mundo tenía ardor de estómago que curaba a base de antiácidos
(¡¡Anda, como yo!!), que tomaban a diario.
Comencé a sospechar que los caracoles tenían poco que ver
con la fórmula secreta, y que, incluso no existía tal fórmula. Me fui a mi
retiro (el hotel), a fin de pensar y deshacer la madeja de todo este asunto. No
desmadejé nada, ya que me quedé dormida en cuanto mis huesos se dejaron caer
sobre la cama. (Esto soñé que lo soñaba)
Al despertar del sueño que soñaba, no me quedó la menor
duda de que lo primero que debía hacer era encontrar a los secuestrados, pues
sin ellos no tenía la menor posibilidad de descubrir la trama en la que me
hallaba inmersa. Hablé con mi reciente socio y decidimos esperar una segunda
nota de los secuestradores, a ver si por ahí tuviéramos algún indicio que nos
llevara al éxito. Cuando llegué me ofreció un caldito de caracoles, pero me
negué en redondo a aceptarlo. No dijo nada, pero él tampoco lo tomó.
Capítulo IV
Aquella noche no dormí, y a la mañana siguiente me avisaron
de recepción que tenía una visita esperando en el hall. Bajé rápidamente y me
encontré con mi socio (ya saben, el fámulo de la casa del segundo secuestrado),
que me mostraba una nota.
- ¡¡Ha llegado hace pocos minutos, y mire lo que dice!!
-¿Qué dice, hombre? (Es que me altera los nervios)
-Mire, mire. (Aunque ya teníamos más confianza nos
tratábamos de usted)
Miré. La nota decía: "Si no recibimos la fórmula en 36
horas, morirán"
¡Ah, de modo que tenían a los dos hombres juntos! ¡Ja, ja,
ja! Pues eso nos facilitaba las cosas. Ahora me resultaría más fácil su
rescate.
En la nota no recuerdo que pusieran ninguna dirección, pero
en mi sueño me encargué de conseguirla, con más facilidad.
El lugar no estaba lejos del hotel y comenzamos a
actuar, tal y como lo hacen los espías, claro. Cuando las sombras de la
noche ocultaron todo y no se veían ni los dedos de la mano (hubo un corte del
suministro eléctrico y por éso aprovechamos), nos dirigimos sin darnos un
respiro hacia allí. Lo que vimos (a costa de la luz de una linterna que
llevábamos en nuestro pack), fue una nave, cerrada, llena de grafittis por
todas partes y una puerta, cerrada a cal y canto.
-Hemos de asaltarla, dije en voz muy queda.
-¿Cómo? (Se lo repetí más alto)
De repente llegaron a nuestros oídos los ladridos de unos
perros.
- ¡¡¡Guau, guau!!! ¡¡¡Grrrrr!!! ¡¡¡Grrrrr!!!
Aunque soy una espía valiente, no quise enfrentarme a los
chuchos, no fuera que...
Desaparecimos de allí lo más rápidamente posible y cuando
paramos para respirar decidimos que volveríamos y nos desharíamos de los perros
de alguna forma.
-¡¡Eureka!! Dije yo.
-¿Eu qué? me preguntó él.
-¡Idea, digo que idea! Ya tengo la solución. Llevaremos una
hogaza de pan rellena de caracoles. Si se lo comen, se les quitará la idea de
atacar a nadie, seguro.
- ¡Bien, buena eureka! Me contestó.
Y con ese fin nos dirigimos a la casa para que la cocinera
nos preparara semejante vianda.
Esperamos que llegara la oscura noche otra vez (ya sin
corte en el fluido), y llamamos a los perros:
-Pssss, pssss, cánidos, venid, venid.
- ¡¡Guauuu!! ¡¡Guauuuuu!! ¡¡Grrrrrr! (Agresivos, pero menos
que la noche anterior)
Echamos el bocadillo por encima de a tapia y oímos como los
perros se peleaban por la comida (¡¡tenían un hambre!!) Ya no volvimos a oír
ningún ladrido. los pobres quedaron tan maltrechos por la acidez, que no tuvieron más remedio que irse,
asustados por los síntomas, a otra parte. Entonces saltamos la tapia como
pudimos y comenzamos la búsqueda.
Enseguida encontramos nuestro objetivo. Dos hombres,
amordazados, se encontraban en lo alto del techo, metidos en una jaula, grande,
así como para dos osos, más o menos. Nos quedamos de piedra, pero, a quien se
le ocurre dejarlos ahí. Cosas de los sueños. Vimos una cadena con letras, que
para abrirla tendríamos que reproducir una palabra, si ¿Pero cuál? De nuevo:
- ¡Eureka!
-¿Qué? ¡Ah, ya!
- La palabra es: ¡¡Caracoles!! ¡¡Claro!!
-¡Oh! -Dijo mi socio- Yo quiero ser como tú.
Le dejé con sus ilusiones y escribí c-a-r-a-c-o-l-e-s, así,
tal cual, y la jaula comenzó a bajar, despacito, al principio, pero
rápidamente al poco, estrellándose contra el suelo, después.
No les pasó casi nada. Nos explicaron que los habían tenido
así, sin comida ni nada y que estaban desfallecidos
Salimos de aquella nave los cuatro, dos a paso normal y dos
arrastrándose pos los suelos, hasta que les echamos una mano para ayudarlos.
Capítulo V
Después de este terrible episodio, y una vez los dos ex-secuestrados
se hubieron recuperado de tan enorme trauma (nos confesaron que ya
empezaban a piar, metidos en esa jaula), decidimos recapitular todo lo vivido.
No me define el sueño como sucedió el secuestro de ninguno de los dos, pero el
caso es que les encapucharon y metieron a la fuerza en el sidecar de una moto,
cubiertos por una lona de camuflaje, pues los secuestradores (que fueron
dos) querían evitar a toda costa ser descubiertos.
Llegaron a la nave de donde les liberamos, y los metieron
en la jaula ya conocida por todos, y allí estuvieron hasta que con nuestro
coraje y valentía conseguimos que fueran libres de nuevo. Debo decir que este
gesto me valió la medalla al mérito.... (Que no se quién me la dio y que además
no me sirvió para nada, porque después de este sueño ya nunca y en ningún otro
sueño he podido utilizarla)
Vuelvo a la historia, porque a este paso me despierto y nos
quedamos sin final.
Les pedimos que nos explicaran de "pe a pa" todo
lo relacionado con la fórmula, motivo por el cual nos encontrábamos en
esa situación. Les hicimos conocedores de la inquietud del ingeniero jefe de la
fábrica del empresario y la del mayordomo, que el hombre también estaba
inquieto. Aunque ya suponemos que los miembros de la familia de ambos también
tendrían el temor lógico, aquí no salen, pues no tienen interés para el
lector, y además tendríamos que alargar mucho la narración contando parte de su
vida y, la verdad, es que el sueño no da para tanto.
Cuando terminamos con los pormenores y los pormayores, ambos
comenzaron a reír:
jajajajajajajajajajaja, etc., (en este último ja, ya se les
saltaban las lágrimas). La cocinera, les ofreció un
"reconfortante" consomé, que los dos hombres rechazaron de plano.
Luego se acercó a mí, pero de lejos lo rechacé también (quita, quita),
haciéndole un gesto con la mano, que le indicó claramente a la buena
mujer que no tenía ni la menor intención de tomarlo. Al cabo nos pidieron que
nos sentáramos a escuchar lo que tenían que decirnos.., y escuchamos.
-No existe tal fórmula, aseveraron, así, como el que no
quiere la cosa.
-¿Cómo? (Yo)
-¿Cómo? (El fámulo)
-¿Cómo? (La cocinera) Esta no sabía nada de la trama, pero
por simpatía.....
-Como lo oyen. Desde el principio hemos servido por todo el
mundo millones y millones de toneladas de caracoles, siempre con éxito. Debemos
confesarles que el secreto está en el tamaño de sus cuernos, enormes como
ya habrán podido comprobar.
-Sí. (Yo)
-Sí. (El fámulo)
-Sí. (La cocinera) (Qué pesada esta mujer)
- Pues el asunto es, (hablaban ambos, ya que ambos conocían
el secreto), que para mejorar su insipidez, un día decidimos inyectarles a los
cuernos una cantidad importante de especias importadas de países remotos, que
les daba una sabor indescriptible (y tanto, pensé yo), que obligaba a todo
aquel que los comía a utilizar sales estomacales para no perder el estómago en
nada de tiempo.
Por lo tanto, ya lo hemos dicho.
-¡¡Ya lo han dicho!! (Yo)
-¡¡Ya lo han dicho!! (El fámulo)
-¿Ya lo han dicho? (La cocinera), que al no ser detective
ni ayudante, no se enteraba de nada.
-¿Entonces, la fórmula es ESO?
-Justamente, pero ya comprenderán que si se hacía público
nuestro secreto perderíamos el negocio, por lo que no tuvimos otro remedio
hacer creer a todo del mundo que se trataba de una fórmula secretísima, que tan
sólo conocíamos éste (por el otro) y yo (se refería a él).
-Pero queda algo por aclarar (ya les dije que soy
inteligente): No hay fórmula, pero sí un secreto ¿nos lo van a desvelar?
-Claro, respondieron al unísono. El negocio se llama ¡¡SALES
ESTOMACALES!! las exportamos en la misma proporción que los caracoles. La gente
no tiene más remedio que tomarla, por lo que en ningún lugar donde se consuman
caracoles, este remedio puede faltar, y, como es lógico suponer, es el segundo
producto estrella de la casa. Los
caracoles son el plato nacional y se toma a destajo. Y ésta es la famosa
fórmula, que todos creen secretísima. Es un negocio redondo, oiga.
Quedé impactada por esta confesión. Nunca lo hubiera
imaginado.
-Y ahora ¿Qué van a hacer?
- Pues seguiremos con nuestro negocio, que con la venta de
caracoles hemos hecho un imperio.
Estaba tan sorprendida que ni siquiera me enteré que había
despertado. Esto es demasiado para mí. No quisiera continuar con el sueño ni
una sola noche más, ni siquiera para conocer el paradero de los dos
secuestradores, que no importa en absoluto. Se acabó.
Esa mañana me levanté de la cama y me fui derecha a la
ducha. (les aseguro que los demás días también lo hago) ¿Podrán creerme si les
digo que veo caracoles andando por la alfombra de mi casa a paso de marcha?
Creo que debo tratarme, sí.
Nunca volveré a comer semejantes animalitos sin tener a
mano las sales estomacales, imprescindibles, como queda dicho, para
degustarlos.
Conchita Zabala
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