jueves, 21 de noviembre de 2013

El despiste.

No se si alguna persona de las que se decidan a echar un vistazo a este escrito, puedan decir que son mas despistadas que yo; Creo que eso no es posible. Mi despiste arranca de..., creo que de siempre, nací con el y no hubo manera durante todos los años de mi vida de llegar a deshacerme de semejante lacra. La prueba de que no tengo remedio, es el comentario de mis ex-compañeras de la ofi, que siempre que les cuento mis "lapsus", se ríen y sentencian: -"...Es Conchita..."- ¡Hala! ¡Y ya está!
Yo pienso que el despiste a veces no es tal, si no que se debe mas bien a la falta de interés, o bien debido a que su interés está concentrado en otra cosa mas importante para ellos y que va perfectamente con aquello de: "Como si no tuviera bastante con lo mío." Veamos un ejemplo:
Leonardo sale de su casa temprano para ir a su trabajo, y para ello debe utilizar los servicios de autobús y metro, lo que ya nos dice que el pobre comienza el día con un agobio importante. Lleva un libro para acortar el trayecto, una mochila, con la comida y un anorak muy abrigadito, ya que estamos en invierno en este momento.
Leonardo sube al autobús y paga al conductor con las monedas que previamente había guardado en el bolsillo para no tener que buscar en la mochila en momento tan delicado. Como es natural, todos los asientos están ocupados, por lo que ha de ir a "viga derecha" hasta el final del recorrido del autobús. Ya desde entonces no piensa mas que en sujetarse bien a alguna barra, para no desplazarse hacia donde las curvas y frenazos que realiza el conductor le envíen, y desde luego, no se fija en lo que hay a su alrededor. Hay que decir que a su lado derecho estaba una vecina, amiga de su madre, sorprendida porque, a pesar de haberle saludado, Leonardo la ignoró por completo.
Finalmente, el autobús termina su recorrido y los viajeros bajan rápidamente para dirigirse cada uno de ellos a su destino. La vecina le sonrió junto con otro saludo, pero, nada, Leonardo no se percató.
El muchacho se apea y se dirige hacia el subterráneo, que queda algo lejos, por lo que ha de acelerar el paso si no quiere perder el convoy de la 09,36 hs. Sin aminorar la marcha llega a la boca de metro y saca su billete que, como el del autobús, lleva en el bolsillo. Va en busca del andén, al que llega después de haber bajado tres tramos laaaargos de escaleras, y, de repente, se oye el inequívoco sonido de la llegada del tren, por lo que ha de bajar el resto de peldaños al galope, si es que no quiere perderlo.
Casi no lo pilla, pero por suerte ya está dentro. Ahora no hay asientos, pero como el recorrido es largo, siempre encuentra alguno casi al final y lo aprovecha. ¡Que lío! ¡Que sudores! Se descuelga la  mochila, con la que le da un golpe a una joven que está sentada en el asiento de su izquierda, pero que no le protesta a pesar de que Leonardo no le pide disculpas. No se ha enterado. Se quita el anorak, porque no puede mas de calor, abre el libro y se sumerge en la ideal historia que esta leyendo desde hace ya varios meses, ya que éste es el único momento "tranquilo" de que dispone. También intenta leer algo cuando se va a la cama, pero jamás llega a terminar una hoja, pues cae en manos de Morfeo al instante.
-"Din, dan, don...., próxima parada.."
- ¡Ay, madre! ¡Que despiste! ¡Casi me paso de estación!
Guarda el libro, parpadea, se pone el anorak, la mochila,  vuelve a golpear a la misma joven que continúa sentada y, hala, saliendo, que es gerundio.
Llega a la oficina, se desliga de todo con lo que ha cargado desde que salió de su casa, se sienta en su silla, abre su ordenador y...., ¡Oh, no! ¡Balance! ¡Que crueldad!
- ¿Leonardo, pero como puedes ser tan despistado? Te he visto cuando salías del metro; He tocado el claxon para llamarte la atención, y nada. ¡Siempre serás tú.
- ¡Ah, perdona, Tamara, pero no te he visto! 
- ¡Tú, como siempre! ¡Menos mal que ya te conocemos!
Din, dan..., las dos. ¡A comer!
- ¿Que has traído hoy, Leonardo? 
- Judías verdes y pollo a la plancha.
- ¡Venga, Leo, calienta tú, que te toca!
- ¡Oh, mira que soy despistado! En vez de ponerme en la tartera lo que tenía hecho de anoche, he cogido del congelador, no se que cosa. Lo que me faltaba. ¡Que despiste!
- ¡¡Ja, ja, ja, ja, (los demás). No tienes arreglo Leonardo, no tienes arreglo. Toma, come de lo mío, que Oscar hoy me ha puesto mucho.
Pobre Leonardo, pero, ¿alguien con el mismo trajín podría enterarse de algo más? Mas bien no, no se trata de despiste, si no de falta de interés. ¿Alguien que sabe lo que le espera a diario sería capaz de  "estar al loro" en todo momento? ¡Que va!
Leonardo, ignora todo lo que se mueve a su alrededor, porque no le interesa. El ya tiene bastante con su quehacer diario. Con todo, él es feliz.
Pero lo cierto es que yo no tengo tanto ajetreo como Leonardo y, sin embargo, el despiste me abarca toda.
Por poner otro ejemplo:
Mi "adjunto" me dice:
- Bonita, ven (Y voy)
- ¿Que te dije yo hace un año, hablando de Federico?
- Glubbb.... Pues... (temblona la voz, duda total) es que ahora mismo.... me pillas en blanco...
- Mira, mira, que despiste tienes. A ver si ahora voy a quedar como mentiroso ante Federico. ¿No te dije que.., bla, bla, bla, bla?
- ¡Chico, si es que no me acuerdo!
- ¡Es que con esta mujer no se puede, eh.!
- Bah, déjalo, dice Federico, si no tiene ninguna importancia, además de que yo te creo.
- ¡Pues menos mal! 
Yo no puedo jurar que no me hubiera dicho lo que dice que me dijo, no, pero la verdad es que no lo recuerdo en absoluto, y por eso digo que no es una tara, si no una falta total de interés, porque, vamos a ver: ¿A mí que puede importarme lo que le dijera al tal Federico? ¡Pues nada, naturalmente!
Aunque el colmo del despiste surgió en una ocasión en la que yo, como siempre, estando enfrascada en mi trabajo, llegaron dos señores a mi mesa. Yo, diligente, y muy cortés, inquirí, después de desearles buenos días:
- ¿Sí? ¿En que puedo ayudarles? Lo malo de todo ésto es que yo les estaba mirando a la cara.
- Uno de ellos (puesto que como ya he dicho eran dos) me contestó casi literalmente:
-¡Pero, estás tonta! Tonta no fue precisamente el apelativo que utilizó, pero bueno, lo dejaremos pasar.
Y yo (horrorizada, una vez que, por el impulso de este hombre, lo reconocí):
- ¡Ayyyyy! ¡¡¡Mi marido!!! Se imaginan.
Pero lógico es comprender que yo sufriera semejante despiste. ¿Cómo iba yo a suponer que vendría a la oficina, y con un amigo? Nunca lo había hecho, ni volvió a hacerlo jamás durante los treinta y cuatro años en los que laboré allí.
No me costó el matrimonio, porque yo no le di mayor importancia al "taco". Tampoco me traumaticé por ello.  Fue algo que ocurrió y de lo que yo no tuve la culpa, ya que debería haberme avisado de su visita. No se me hubiera ocurrido ni por lo más remoto que fuera y, claro, no lo esperaba.
Y así somos las personas: Unas no pierden detalle y otras nos desligamos de esa palabra del todo.
Lo que no puedo saber es si esto es mejor o peor, aunque dependerá siempre de las consecuencias, porque si el resultado es que por despiste he olvidado cobrar el premio de la lotería, pues está claro que sí, es peor, pero peor, peor, imposible,  mas, si por el contrario lo que olvido son problemas, pues naturalmente esto es mejor que mejor, vamos,  digo yo.
 Cuando toda tu atención está centrada en algo que no es precisamente lo que tienes delante, no hay que buscarle tres pies al gato, no te enteras y ya está, y a esto se le llama falta de interés por otra cosa que no sea lo que piensas o haces en ese momento.
A ver si no se me olvida darle a "publicar"

Conchita Zabala

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